Verónica Herrera /Presidenta de Asomif
En los años 70, en Nicaragua no existían las instituciones de microfinanzas. Los ciudadanos solo contaban con dos opciones para financiarse: la banca tradicional y los prestamistas, siendo estos últimos los más solicitados por la población de menores ingresos, debido a que la banca tradicional tenía requisitos casi inalcanzables para la mayoría de la población en la base de la pirámide, dejándola a merced de prestamistas que aplicaban una tasa de interés de usura.
Muchos de los prestamistas formaron negocios o casas de empeño donde los clientes, en su mayoría pequeños agricultores, perdían sus casas o sus vehículos de trabajo dados en prenda para responder por sus obligaciones. Para entonces no todos tenían acceso, por tres razones: el tema de la garantía, los montos solicitados y la exclusión por falta de cumplimiento de requisitos.
Esa brecha que existía entre la banca tradicional y los prestamistas estimuló el nacimiento de la industria de microfinanzas, como una propuesta de solución, promoviendo el crédito a tasas de mercado y con menos requisitos.
La mayoría de nuestras entidades iniciaron como organismos no gubernamentales; no obstante, después de algunos años vinieron evolucionando hacia instituciones privadas para destacar su eficiencia, atraer capital extranjero, fortalecer sus patrimonios, especialmente después del movimiento No Pago, y brindar seguridad y estabilidad a sus clientes en el largo plazo.
Por otro lado, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estimula a algunas de las entidades de microfinanzas a regularse con la Superintendencia de Bancos y Otras Instituciones Financieras (Siboif), con el propósito de darle mayor seguridad a los fondeadores internacionales y por la carencia de un órgano regulador especializado en microfinanzas.
Cabe mencionar que esta es una de las diferencias fundamentales de estas instituciones con la banca tradicional, porque mientras las microfinancieras obtienen sus recursos de fondos de inversión y organismos financieros internacionales o regionales, como BID/Fomin y BCIE, entre otros, la banca capta depósitos del público a tasas de interés más favorables.
A inicio del 2000 las entidades de microfinanzas toman fuerza brindando otros servicios, como son los microseguros, remesas, servicios preventivos de salud, educación, energía limpia y otros, basados en las necesidades de las personas.
Tratamos de diseñar productos que beneficien al segmento al que dirigimos nuestra oferta de servicios. Cada entidad microfinanciera tiene productos propios, en algunos se coincide, en otros no; pero el común denominador es el segmento de mercado al que atendemos, que es la población de la base de la pirámide.
Hay unas que se especializan en atender el sector urbano y otras el sector rural, al segmento de mujeres, a jóvenes emprendedores; es decir, cada institución tiene su especialización o su modelo de negocio dependiendo de su misión, visión y estrategias institucionales, con lo que trata de ser más eficiente y ofrecer producto de calidad y de menor costo.
Algo muy importante que hay que destacar es que a partir de la Ley 769, Ley de Fomento y Regulación de las Microfinanzas, todas nuestras afiliadas en Asomif estamos reguladas, algunas por la Comisión Nacional de Microfinanzas (Conami), a través de dicha ley, y otras por la Siboif, a través de la Ley de Sociedades Financieras.
En la próxima columna hablaremos sobre el tema de las regulaciones. Para Asomif es muy importante que nuestros clientes y lectores conozcan la base jurídica que los protege, así como los deberes y derechos que tienen cuando hacen uso de nuestros servicios.